La emperatriz austriaca tuvo una vida atormentada, por más que las películas nos la pintaran como la protagonista de un cuento de hadas; en Opatija encontró la paz
Allá donde el Mediterráneo se adentra en lo más profundo del continente europeo, camuflada entre pinos, castaños y laureles, se esconde Opatija. La abadía benedictina de San Jaime, a la vera de su mar, es mencionada en escritos del siglo XV y es a mediados del XIX cuando, por iniciativa de Iginio Ritter Scarpa, se construye una carretera que conecta la ciudad portuaria de Rijeka con Opatija. Scarpa se enamora del pueblo marinero y levanta una villa a la que bautiza con el nombre de su esposa, Angiolina. Así comenzó el turismo de Opatija, que creció en importancia con el nacimiento del romántico hotel Kvarner, obra del arquitecto Franz Wilhelm, por encargo de la Sociedad Vienesa de Ferrocarriles del Sur. Como setas en el bosque tras un día de lluvia, villas, hoteles, balnearios y parques llenaron en poco tiempo la bahía de Kvarner, y en especial Opatija, donde las familias reales europeas acudían a veranear o invernar, seguidas por sus respectivas cortes que, a su vez, atraían a escritores, músicos y artistas, a los que secundaban los políticos de turno.
Tras la conclusión de la Primera Guerra Mundial, Opatija pasó a pertenecer a Italia bajo el tratado de Rapallo hasta 1947, año en que se integró en Croacia. La villa cuenta con una situación geográfica de lo más favorable: cerca de Zagreb y de Liubliana (Eslovenia), vecina de Trieste y Venecia, y al alcance de la mano de Viena y Budapest. Su clima es benigno, idóneo para una flora de lo más variada. La prueba está en los hermosos parques que pueblan la villa, como el de Angiolina y el de Margarita, donde los árboles invernales y la floresta tropical crecen a sus anchas. Yucas, palmeras, camelias y bananas conviven junto a pinos y olivos, los reyes de la vegetación de la vecina Istria, de donde se extrae el espeso y exquisito aceite de oliva.
Setos de flores de temporada -tulipanes, rosas o pensamientos- alegran el verdor de los árboles y les dan un toque de elegancia. Y entre unos y otros sobresalen las exóticas palmas de Opatija. Isadora Duncan, fascinada por el balanceo de las hojas con el viento, creó un paso de baile al que bautizó con el nombre de la palma.
Aristocrático veraneo
Los Habsburgo eran adictos a los encantos de Opatija , como lo fueron también Anton Chejov, Gustav Mahler y Henry Sienkiewicz. La apasionada emperatriz del imperio austro-húngaro Elizabeth, más conocida como Sissi, tuvo una vida de lo más atormentada, por más que las películas nos la pintaran como la protagonista de un cuento de hadas; y la paz de Opatija en más de una ocasión le sirvió de refugio espiritual. No es difícil imaginar que el paisaje exuberante de sus montes bañados por el mar y el aislamiento de la villa sirvieran a Sissi como bálsamo y escenario idóneo para olvidar los problemas de la corte y dar rienda suelta a su rica vida interior en un entorno en el que, al fin, ya no era el punto de mira de todos los que la rodeaban.
Las múltiples huellas de la historia que han convertido a Opatija en lo que hoy es permanecen escritas en su arquitectura. Desde las pe»queñas casas de piedra de ventanas diminutas y tejados rojos, que trepan sobre calles estrechas, propias de un pueblecito marinero, hasta los nobles palacios, villas y modernistas hoteles en los que no se ahorraba en lujo ni en espacio o la arquitectura moderna posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Históricos hoteles
Los hoteles atesoran buena parte del acervo arquitectónico de la ciudad. Tras la construcción del Kvarner vinieron el Villa Amalia, el Palace, el Jadran (Hotel Millenium) y el Crown Princess Stephanie (Hotel Imperial). Cada uno de ellos guarda una reliquia de la historia europea y una gran cantidad de anécdotas con las que se podrían escribir varias novelas de aventuras.
Hoy las calles de Opatija están repletas de visitantes que colman los históricos hoteles a los que también ha alcanzado el progreso de los tiempos y cuentan en la actualidad con todas las comodidades. Con un poco de fantasía se podrían escuchar las sinfonías de Mahler, presentir a Isadora Duncan ensayando su paso de la palma en las terrazas que miran al mar o adivinar la sonrisa de Sissi en sus épocas de paz espiritual, mientras las lanchas motoras, el aire acondicionado y las 'blackberries' pasan a formar parte del escenario habitual.
Los bajos de las casas de época que bordean las avenidas principales están poblados de tiendas espectaculares, heladerías y chocolaterías, a las que acude la clientela después de haber hecho la compra en el colorido mercado de Opatija, donde se puede conseguir pescado recién extraído de la mar, verduras, frutas fresquísimas... y como no puede ser menos en tan romántico pueblo, un bonito ramo de flores variadas.
Al anochecer, las farolas iluminan las calles dándoles un toque de calidez. Se escucha el taconeo de las mujeres y se observa una indumentaria más formal que la diurna entre los que acuden a los casinos, a los teatros o a los conciertos. La dimensión cultural de Opatija despierta al ponerse el sol, cuando los amantes del deporte han terminado el día, tal vez tras navegar en un velero a lo largo de los veinte kilómetros de la rivera de Kvarner, tras hacer wind surf o visitar los castillos medievales que salpican las veredas del monte Ucka, desde cuya cima (1.401 metros) se divisa una panorámica de las islas de Kvarner que corta la respiración. La belleza mediterránea al poder.
Fuente: El Correo Digital
20 de julio de 2009
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