5 de diciembre de 2020

María de Jesús Crucificado Petkovic


María Petkovic nació el sábado 10 de diciembre de 1892 en la ciudad de Blato, perteneciente a la isla Korcula de Croacia. La mencionada ciudad era el centro más importante de la isla, contaba en ese entonces con cerca de 10.000 habitantes y era considerada una zona agrícola donde la mayor parte de las tierras
estaban en poder de unas pocas familias adineradas, una de las cuales eran los Petkovic Kovac.


Según cuenta María en su autobiografía, en la tierra de sus padres trabajaban muchos cientos de aparceros.
Su padre Antonio Petkovic Kovac, al enviudar de la primera esposa, se casó nuevamente con María Marinovic.

De la primera tuvo dos hijas: Elena y Catalina y de la segunda, once hijos de los cuales tres fallecieron siendo muy pequeños. Por lo tanto en la familia crecieron 10 hijos: seis mujeres y cuatro varones, María es la sexta del segundo matrimonio. Fue bautizada a los doce días de su nacimiento el 22 de diciembre de 1892 en la única parroquia que existe en Blato hasta el día de hoy denominada de “Todos los Santos” y que se encuentra a 50 metros de la casa de María.

Según María, su padre practicaba en alto grado la justicia, el amor y la misericordia. Era un hombre de fe y oración, constante en el cumplimiento de los mandamientos de Dios y de la Iglesia.
Amaba a sus trabajadores y a los pobres, se interesaba por ellos proporcionándoles lo que necesitaban. Era callado, tranquilo y de pocas palabras. Ella lo amaba a tal punto de convertirlo en su ideal de vida después de Jesús.

Falleció en 1911 cuando María tenía 18 años. Su madre era una mujer piadosa, que educaba a sus hijos en el amor a Dios, en la disciplina y en las virtudes de la sencillez, de la humildad, de la abnegación y del trabajo.

“De esta manera, María creció constantemente en la escuela de las virtudes cristianas y de la caridad, donde su espíritu recibió las primeras impresiones de amor hacia Dios y hacia el prójimo”. Su madre sobrevivió varias décadas a su esposo y fue testigo de la entrada de María en el convento, a lo que se conformó
no tanto porque fuera su voluntad, sino por aceptar la de Dios.

María estaba dotada de dones y talentos naturales visibles en ella desde muy pequeña.
Familiares y vecinos admiraban su amabilidad, sus cualidades morales, su belleza física (cabellos dorados, ojos celestes, grandes y puros). A medida que iba creciendo, se manifestaba más compasiva, comprensiva y sociable. Era cariñosa y maternal con los niños especialmente si eran huérfanos. La pobreza del prójimo le repercutía en el corazón y se le grababa profundamente en su memoria.

No habiendo cumplido aún los cinco años, debido a su extraordinaria inteligencia, comenzó la escuela elemental como oyente, ya que en ese entonces no existía aún el Jardín de Infantes.

La escuela funcionaba en un edificio de sus padres. Muy pronto comenzó a leer, a escribir
y hacer cuentas adelantándose a sus compañeritos. Al año siguiente accedió al segundo
grado de la escuela elemental y recibió el Sacramento de la Confirmación a los 6 años
encontrándose por vez primera con el joven Obispo de Dubrovnik Monseñor José Marcelic
quien sería su confesor y guía espiritual. Durante los dos últimos años de la escuela
elemental, María tenía además una maestra particular que le daba lecciones de literatura.

Así a los 11 años terminó el sexto y último año primario con excelentes calificaciones
y con una edad inferior al que corresponde. Cuando ella tenía 9 años, cuenta en su
autobiografía, comenzó a sentir deseos de ser educada en un colegio religioso para
servir al Señor. Recién en 1904 llegarán a su pueblo natal unas religiosas llamadas
“Siervas de la Caridad”, quienes al establecer allí un colegio, darán a María la oportunidad
de cursar con ellas la escuela media.

“En su casa, desde los primeros días de su vida hasta cuando
se separó de la familia, venían a menudo, casi semanalmente
y por largos periodos, frailes franciscanos, dominicos y
también de otras Ordenes religiosas, y ello porque en el
pasado, el difunto abuelo Francisco...había reservado para
los padres dos o tres habitaciones en su propia casa, a fin
de que se encontrasen bien como en su propio convento.
(“Por amor al Señor". Pág.16-17. Autobiografía)

“María pertenecía a la familia más rica de la región, sin
embargo, no sentía ninguna satisfacción de poseer una
casa grande y cómoda, buena comida y excelentes
muebles; deseaba más bien tener una casita cualquiera;
le gustaba la vajilla de madera, como la de sus vecinos
pobres. Con solo cuatro años, iba donde ellos, observaba
incrédula su pobreza y al mismo tiempo experimentaba
un gran deseo de vivir en una casa así, y de tener solamente
las pocas cosas necesarias. Quería comer la polenta junto
con ellos en una única olla negra y beber de una única
escudilla de madera, que servía a todos y para todos”
("Por amor del Señor". Pág.19. Autobiografía)

“A los cinco o seis años ...aquella noche...mirando hacia el cielo la cara iluminada
de la luna, mientras la tía recitaba el Credo, me sentía tan inmersa en Dios que no
lograba pronunciar en voz alta las palabras del Credo porque ya, como en una
realidad, percibía y contemplaba al Padre celestial, el que todo abarca, y pensaba
dentro de mi ¿por qué se dice “creo en Dios Padre”? ¿Acaso se puede dudar de su
existencia?, y yo le decía así ¡oh Dios mío, Tú solo eres y nos sostienes! ¡Tú eres el
Sumo!. En aquel instante contemplé a Dios que extendía los brazos hacia mí y al
mismo tiempo encerraba en sí a mí y a todo el resto, sosteniendo y abrazando
al universo...” ("Por amor al Señor". Pág.21. Autobiografía)

“Durante el primer año escolar...se enfermó gravemente
con hemorragias en diversas partes del cuerpo: ojos,
oídos, etc. María observaba con cuánto estupor todos
se interrogaban, incluso el médico sobre qué podría ser
aquella enfermedad... Le sobrevino además fuertes
dolores articulares y transcurrieron dos o tres meses en
grave estado...” ("Por amor del Señor". Pág.24. Autobiografía)
Desde entonces María por el resto de su vida experimentará
frecuentes dolores en las piernas y mientras otras niñas
se divertían jugando y saltando, ella no podía correr.
Para evitar que los demás se dieran cuenta de su dolor
ella se escondía. Dice en su autobiografía “El Señor lo
permitió y la escogió de antemano para sufrir desde
la infancia”

En los primeros años de infancia la llevaban a jugar con una primita en una
ciudad vecina, también Jelica Bosnic era su compañerita de juegos en su pueblo;
más adelante su madre no la dejaba ir más que a la escuela y a la iglesia y solo
permitió a una compañera de 4to. año, Bebica Carevic que la visitase en su casa.
Sus padres eran muy severos en la protección de sus hijos.

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